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Gabriel Encinar

Seis sentimientos

Luz  y Sombras

En los agujeros de la luz, se cobijan las sombras. Aparecen, se suceden infinitas con el sol. Amenazan con perturbar la tranquilidad del alma, cuya sombra se proyecta en el desván de lo incierto y desmedido. Las paredes y el asfalto realzan su figura , menguan, aumentan, hasta se deshilachan y fragmentan en mil pedazos. Son ellas, las inasibles y a la vez tan visibles, las que nos persiguen continuamente sin cambiar su color. Vienen, se detienen, parten e imparten oscuridades, tuercen y se retuercen, se agitan y gritan mudamente. Una sombra no es más que el sueño de la luz, caprichoso e imprevisible. Así las sombras, son su silueta ennegrecida, se diluye con la tarde, cuando el ocaso sumerge la estrella mayor en horizonte.

La sombra fantasmagórica surge del delirio y desvarío. Nada consuela más que la fantasmal sombra de un amor perdido, de un sueño húmedo o del abismo indescifrable de lo perdido.

I

Te esperaré siempre en los días de tristeza. Y, en la alegría más amplia, te pondré en los labios azúcar. No rendiré cuentas sin embargo de mis noches más amargas en pelea constante con mis entrañas. No vomitaré fuego, cuando mi ira me pida muerte.

Te parecerá extraño, pero no tengo miedo a morirme de indiferencia, aunque esta sea la muerte más amarga. Tal vez por mi aversión al sinvivir constante, a la continua calavera del aire, al intransigente verbo de la gente, en fin, a todo lo que supone la condena en vida a años de miseria.

Si resucitas me alegro, pero no me lo creo. Lo siento, soy ateo; al menos  hasta la hora de mi último suspiro, entonces tal vez recapitule y me muestre más cauto, más cobarde, más amable con los dioses que pueblan de luz tantas estrellas.

Por ser, sólo soy uno de tantos locos que arrebatan las horas al reloj, los días al calendario y se asfixian, poco a poco, con el aliento mezquino de este siglo inoportuno. Me vendo, si el precio es el arte de vivir en armonía, si el precio es remover los corazones, apagar tantos desmanes y huir al fin rumbo al norte.

No tengas prisa, si no recuerdo mal, lo sublime tarda mil noches en llegar y cuando llega se va sin tregua, sin decir nada, sin vomitar una sílaba de esperanza. Será cuestión de crecer desde lo ingenuo, desde lo más inocente, desde la paz de lo inerte y, ya puestos, caminar sin armadura, que los puñales dejen señales en la espalda, al menos sabrá el sacerdote que la traición es más justa en vida que la muerte eterna.

II

La palmera se retuerce, el viento la golpea y nadie, absolutamente nadie se acerca al ventanal. Todo fluye, la sonrisa del alba permanece inerte sin embargo; nada pasa hoy inadvertido, ni siquiera la sutil y breve lágrima de los espejos que jamás te reconocen.

Olvido y me mudo, salgo aterrado al jardín y me mudo de estación en cuanto brilla la última luz. Tengo miedo, no a naufragar en el intento sino a morir de tristeza, esa tristeza que envuelve las tardes de otoño, no al silencio sino a morir de olvido, ese olvido que traspasa la frontera del alma y te sepulta en la fosa común de los tímidos mortales.

Rara será la vez que me llames y no responda; si así fuera, estaría muerto.

III

Rescato el último aliento de tus venas para bombear mi sangre, sangre palpitante y a veces reseca, cuando la herida es profunda y el golpe mortal. Elijo lo más tierno para tenerte, lo más sutil para poseerte y el violento beso para violar tus labios.

No pidas lo innecesario, el sueño se encargará de traerte lo imposible. No persigas lo fugaz que morirás de repente, acaso lo breve convenga sólo cuando te escribo y muerdo mi lengua para soltar el pensamiento.

Dicen que no vale de nada repetir los estribillos en canciones inoportunas e indecentes, dicen que de nada vale soltar la risa para acallar la pena. Será tal vez por eso que cada día escupo en canciones inéditas todo el llanto.

Del más cruel y vil soldado sólo espero flores muertas, en coronas fúnebres. Del buen soldado, balas de sal para crucificar mis miedos.

Reo soy y muero por ello sin justificar mi delito. Si delito es maltratar la historia que invoca despedidas inciertas e infundadas, prometo castigar mi memoria hasta el infinito y vomitar olvido reseco y polvoriento.

Nada, hoy no pasa nada. Sólo el aire espeso, ese que rezuma vísperas de tormenta. Hoy no pasa nada. El tranvía repleto acaso, y tal vez, una ola de mar rizada color azul.

IV

Abrazaré la luna por ti cuando te falten las manos, moveré tus párpados en días de calma, y ensombreceré tu rostro cuando el sol enfurecido vierta su ira entre nosotros. Sepultaré tus ojos en mis mejillas cuando la infame tristeza se atreva con rabia a vengar tu dolor, enterraré tus labios en mi boca cuando el beso más certero me clave con ansia el alma.

Todo lo oculto será luz para tu vientre, hasta lo más íntimo de tus caderas sembrará mi cabeza erguida y así, con la fluidez del agua, verterás tu corazón en el mío.

V

Te entregaré todo, lo más secreto de mis impulsos, el corazón invertebrado y convulsivo, lo poco que queda de indeterminado en mi piel y la razón de lo incierto. Te entregaré todo, hasta el dolor más agudo y terminal, la raíz más profunda del sentimiento puro y el regocijo de encontrarte cada noche en el umbral de mi habitación, esperando tal vez lo de siempre, el amor insondable, fresco y salado.

Lo verdadero no tiene nombre, acaso posea el encanto de la transparencia y lo amargo de un trago de alcohol envenenado. Lo siento pero no hay tiempo, apenas un segundo para transmitir todo el aroma de tu cuerpo, todo el perfume de tu pelo y el silencio de tus pupilas cuando resumen el día en tonos de pasión.

Lo cierto es que confío plenamente en ti, te beso cada mañana y me levanto inquieto, sin saber el día, ni la hora, como si el calendario abrazara la luna y el sol desde el campanario donde cae la pesada carga de jornadas interminables.

Si he de quererte, que se como nunca, que sea para siempre, desde mi oculto e impreciso verbo más lascivo. Si he de quererte que sea en mis brazos, contra mi pecho ya cansado, evitando el ladrido mortal del ocaso.

Te prefiero loca, entusiasmada y bella. Te prefiero a solas,  con tus labios vibrando en mi boca, te prefiero cerca, próxima.

VI

El beso más nocivo y virulento te lo daré en tu ausencia, el más tierno y delicado lo pondré en tus labios un día frío de diciembre. Ya no tengo en cuenta las faltas del corazón, ni siquiera cometo la torpeza de esperar tu perdón desesperado en combativo llanto. Rozo, apenas, los límites de lo incierto y te imagino lejos, perdida en los acantilados del deseo lúgubre de grutas inescrutables. No me salen ya canciones como antes, suplico y ruego a diario el reencuentro con mis musas, las arañas, las hormigas, los caracoles e incluso la inseparable humedad que me partía el alma en noches inagotables.

Te amo, como amo la silueta del viento en la cara en días de verano abrasador. Te siento cerca, limpia el alma como guardada para mí desde hace años y años. Te añoro en cuanto te pierdo de vista, no soporto la tranquila vela dormida ahogada en llanto. Sólo temo tu partida, el regreso será mi sueño y el ocaso del día sembrará de claveles mi más tempranero y agobiante anhelo.